El grito que nadie oyó: proteger a nuestros niños no puede seguir siendo un acto de suerte

Hay silencios que duelen más que los gritos. Hay miradas infantiles que esconden tormentas. Y hay cicatrices invisibles que se quedan para siempre. En un país donde cada día se abren más de 40 investigaciones por abuso sexual infantil, cuesta entender cómo seguimos viendo esto como algo que le pasa a otros. No. Le pasa a nuestros hijos, a nuestros sobrinos, a nuestros primos, a nuestros estudiantes, a nuestros vecinitos. Les pasa a quienes aún no saben defenderse, y a veces, ni siquiera hablar.

Desde Tejiendo Hogares, un proyecto liderado por la Primera Dama de Medellín, Margarita Gómez Marín, se tejen no solo estrategias, sino esperanzas. Allí no solo se entregan herramientas, también se reconstruyen confianzas. Durante 2024, más de 23.000 niñas y niños participaron en procesos para reconocer su cuerpo, su voz, su derecho a decir no. También más de 7.000 cuidadores recibieron orientación. Porque proteger no es solo vigilar: es enseñar, prevenir, creer, y sobre todo, actuar.

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Yo no sé tú, pero a veces me imagino qué habría sido diferente si muchas de nuestras generaciones hubieran tenido un “Todos los protegemos” en su infancia. Esta campaña va más allá de la estadística. Llega a los barrios, a los colegios, a los hogares donde el dolor ha sido normalizado. Invita a todos —padres, madres, docentes, vecinos, tíos, abuelos— a mirar de frente esta verdad incómoda: el mayor peligro para un niño suele estar más cerca de lo que creemos. En Medellín, solo en los primeros tres meses de 2025, se reportaron 1.517 violencias en el entorno familiar. De esas, 687 víctimas eran menores. ¿Cuántos más antes de hacer algo?

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Tal vez el título de este artículo te pareció duro. Pero es real. Porque la protección infantil no puede depender de la suerte, ni del azar, ni de si el niño nació en una familia funcional o no. Debe ser una política pública firme, una causa ciudadana, una urgencia moral. Si has llegado hasta aquí, hazte una pregunta: ¿Cuántos niños callan mientras leemos esto? Hoy más que nunca, necesitamos ser la voz que rompe el silencio. Porque mientras haya un niño en peligro, ningún adulto debería dormir tranquilo.